El día que ETA anuncia que deja de matar Bittori toma la decisión de volver a su pueblo, a su casa, a la casa familiar que compartió con el Txato hasta el día en que la violencia y el odio lo arrancaron de su lado. Parece mentira pero la presencia de la víctima en el pueblo trastoca la vida de sus antiguos vecinos, cómplices silenciosos, actores, colaboradores necesarios muchos, en la red de odio tejida en torno a su familia. Especialmente la vida de Miren, años atrás amiga íntima de Bittori y madre de Joxe Mari un terrorista encarcelado que es objeto de las sospechas más dolorosas de Bittori en torno a quién apretó el gatillo que se llevó a su marido. Patria es la historia de dos familias. La historia del País Vasco de los últimos 30 años. Una historia contada con frialdad y objetividad. Lo que la hace aún más estremecedora.
Seguro que a estas alturas les han llegado a ustedes las voces y los ecos de una novela como esta que, a pesar de su autor, es más que una novela. Fernando Aramburu abandonó al País Vasco para vivir en Alemania en 1985. Ahora regresa literariamente en un ejercicio de honestidad que salda cuentas con la memoria y el pasado.
Un mosaico, un puzzle, un tapiz tejido con recuerdos y silencios, con manipulación y violencia, con rabia contenida, con la ceguera de la ideología, con el miedo a la verdad.
Aramburu no ha ocultado las (sin)razones de los violentos, sus justificaciones, su perspectiva. No es un relato equidistante pero sí es poliédrico. Las amenazas, las dianas pintadas en los muros, el ETAmátalos, el ambiente opresivo de las tabernas, las manifestaciones… Pero también los abusos, las torturas, las noches oscuras en los cuartelillos, los desmanes de algunos contra todos.
Y en medio de todo esto la familia. Porque esta es una novela sobre la familia (también). Llena de oscuros secretos, de silencios, de temores, de reproches y resquemores, de acusaciones veladas, de celos, de dolor. Pero también la familia como la aceptación sin condiciones, como lugar inevitable donde el amor se atrinchera o se esconde.
Mención aparte merece el papel de la Iglesia durante los años del terror. La novela no condena, no generaliza, no pontifica. Pero muestra, enfoca, retrata. Y el silencio de los obispos ante la muerte, la tibieza, el alejamiento de las víctimas, el intento de salir incólumes de un proceso sucio, aterrador… abre heridas, las cauteriza con amargura y rencor y deja cicatrices imborrables. Y vemos una Iglesia (o unos curas como prefiere decir el autor) cómplice, humana, contaminada, perversamente encarnada. Causante de tanto olor con su frialdad, con su dureza, con su medianía, actor secundario en un escenario deshumanizado y terrible.
[…] Y la reseña “Patria: la épica del dolor y del perdón” AQUÍ […]
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