Patricia García-Rojo es una escritora de premio. Desde que su «Lobo» quedara finalista del Premio Gran Angular en 2013 (con la misma novela se alzaría con el Mandarache en 2016) no ha dejado de atesorar galardones: Con «El mar» consiguió por fin el Gran Angular y con «El secreto de Olga» obtuvo en 2019 el X Premio Anaya de Literatura Infantil. Entretanto ha escrito una saga de género fantástico (los portales de Éndonon), una serie de literatura infantil (la pandilla de la lupa), y un buen puñado de libros de poesía (uno de sus grandes amores, sin duda) que además recoge y comparte generosamente en su blog ridícula calamidad.
En este extraño y ya de por sí distópico 2020 nos ha vuelto a sorprender con «El asesino de Alfas». Una distopía realista, fantasía atravesada de realidad, un universo imaginado que convive con un paisaje vivido, encarnado, real. Málaga, Marbella, Mijas, Fuengirola… la Costa del Sol alberga a dos de las familias «menores» de perceptores que habitan en España. Los perceptores tienen uno de los cinco sentidos desarrollados al máximo: Oído, Gusto, Tacto, Olfato y Táctil… Los Alfa son capaces de abrir todos sus sentidos llevándolos a un nivel de desempeño excepcional. Esto les convierte en seres poderosos capaces de ejercer un vínculo de fidelidad y obediencia que somete al resto de los perceptores. El «reclamo» es un lazo poderoso que puede ser usado para proteger, cuidar, sostener, salvaguardar la familia y su extraordinario modo de vida; o también para someter, influir, sojuzgar y hacer servir a toda esa familia a los intereses y caprichos de su Alfa.
Agrupados pues en familias, los preceptores se organizan jerárquicamente en torno a los más poderosos en dinastías que se esconden en las tinieblas y que sirven cada país al más fuerte de los Alfas: el Monarca. «… forman parte de las esferas más altas de la sociedad (…) sus sombras alcanzan a los gobernantes del mundo entero, a los dueños de las mayores multinacionales. Hubo un tiempo en que las luchas de poder entre perceptores arrastraban a la guerra a los ejércitos humanos como quien juega partidas de ajedrez sobre el mapa del mundo…». Una suerte de club Bilderberg con poderes inimaginados.
Pero en medio de esta opresiva organización o, mejor dicho, al margen de ella, viven algunos Alfas libres: perceptores que han escapado al «reclamo» y tratan de hacer sus propias vidas ocultando su especial condición. Kate y su tío Mateo pertenecen a este reducido grupo, nómada y oculto hasta que un hecho inesperado, el asesinato de un Alfa, desvela su existencia y hace que Kate pase a formar parte -obligada por la fuerza del «reclamo»- de la familia Galán.
A partir de aquí… dos historias -o más- paralelas y complementarias se extienden a lo largo de una novela tejida con hilos invisibles, delicados, agudos y hermosos, profundamente hermosos.
De un lado, Kate es adiestrada como Alfa por Óliver, su captor y mentor, su guía y guardián. En medio de una familia dedicada al banal negocio de la imagen, una familia inoculada en las más exclusivas y superficiales vidas del lujo y el espectáculo… Kate descubrirá la ambigüedad de los vínculos, la infinita paleta de grises que se encuentra entre el blanco y el negro. Un aprendizaje vital. Una iniciación a la vida que revela su verdadera naturaleza. Por eso el personaje, atrapado, «… no puede evitar preguntarse si toda esa visión maniquea de la sociedad de perceptores no es también exagerada. La cabeza de familia solo ha utilizado el reclamo para que Kate no se rebelara. El resto del tiempo lo ha invertido en su felicidad: le ha proporcionado un techo, comida impresionante, entrenamiento, material para realizar sus cuadros (…) la ha aleccionado para que viva como una Alfa, con sus percepciones abiertas, disfrutando de un mundo de estímulos, solo para ella».
La capacidad y la necesidad de vivir al máximo, de abrir los sentidos (y con ellos la mente, el corazón y el alma) a la realidad abrumadora, exhuberante, intensa, generosa y, sobre todo, suya. El resto de tomar la vida en las propias manos, contemplarla, saborearla, exprimir cada segundo, cada pálpito, cada latido, cada olor, cada sabor, cada emoción que estalla, que revienta, que se expande bajo la piel, balo los sentidos afectando a todo lo que somos…
Una metáfora lúcida, brillante, luminosa, acerca de la necesidad de vivir plena, conscientemente. El aprendizaje de Kate es el aprendizaje de todo adolescente adormecido, anestesiado, abrumado por la vida y por estos tiempos trágicos y fríos.
Patricia García-Rojo conoce bien la materia de la que están hechos los sueños, la lana que teje el tapiz de una vida que empieza a ser vivida (la del adolescente, la joven, el joven lleno de temores y hambre por la vida). Patricia conoce bien la materia de la que está hecha la adolescencia y por eso la novela es una invitación, una promesa, una guía de supervivencia: «Tienes que ponerte en paz con tu naturaleza -insiste Óliver mientras conduce de vuelta a casa-. Has aprendido a vivir negando que eres una perceptora, y eso es desolador. El mundo entero se ha hecho para ti, Kate. Eres una Alfa y no hay nada malo en ello. Ya no».
Y de otro lado la libertad, la identidad, la necesaria rebeldía ante el poder. «Tus sentidos están abiertos y eres capaz de percibir todo lo demás, pero eliges concentrarte en lo que permanece». El libre albedrío y la necesidad de pertenencia, la protección del grupo y la intemperie de construir el propio destino, la propia vida. Sin respuestas fáciles, sin atajos. Con la complejidad y la unción que exige esta exploración en las raíces de la libertad, del vínculo, del amor, la familia.
Y todo esto envuelto en una trepidante novela de intriga, espionaje, con ecos de Kill Bill y el la saga de Bourne: persecuciones, combates, apasionados romances, celos, tiernas amistades, apariencia, engaños y misterio. Una novela trazada para ser transitada con la respiración contenida, con las pupilas dilatadas y el corazón en un puño, como quien espera una explosión (como el sonido de un Alfa al morir), con la boca entreabierta y las manos crispadas. Una novela que juega con el lector mostrando y ocultando, apuntando con el dedo y desviando la atención, lanzando hilos azules, rojos, violetas que insinúan historias aún por contar.
Mención aparte merece el papel del arte, de la belleza, en la novela. Un personaje más, un papel protagonista, un instrumento necesario o la única explicación de lo imposible. La protagonista utiliza sus «poderes» para expresarse a través de la pintura, del arte. Pero al mismo tiempo emplea la belleza para comunicarse en clave con su tío Mateo. Un intercambio de mensajes instragrameados a través de detalles mínimos, delicados, ocultos en grandes obras de arte que es, sencillamente, un hallazgo feliz. Así se denomina en la literatura aquellos recursos, imágenes, metáforas… que encuentran nuevas vías de expresión, de emoción, de ilusión. La belleza salva y explica. La belleza comunica y construye complicidades, alberga, alimenta, permite, a pesar de todo, seguir respirando. A los personajes de esta «El asesino de Alfas» y a todos nosotros. Gracias Patricia. Gracias por la belleza.