No me siento suficientemente formado (ni informado) como para opinar en profundidad de ninguno de los dos temas propuestos en el encabezado. Sin embargo hace tiempo que ambos me rondan en la cabeza (y en el corazón) dando vueltas y vueltas, pugnando por salir.
Así que, en una concesión «gratuita» y «terapéutica» me atrevo a poner negro sobre blanco unas cuantas reflexiones que, igual al final, solo es una.
La reciente elección del Papa Francisco ha provocado muchas y muy diversas reacciones. Me quedo con la del teólogo y jesuita español González Faus. Sensatez, prudencia y esperanza a partes iguales. Y más recientemente realismo a paletadas para no perder el norte. Cientos, miles de voces han tratado (tratan aún) de desentrañar lo que el nuevo dirigente de la Iglesia nos traerá a partir de cada mínimo (o no tan mínimo) gesto, de cada detalle, de cada palabra, de cada sonrisa (incluso, creo, del idioma en que sonríe…). La humildad, la causa de los pobres, la sensibilidad, la fortaleza, la coherencia… son rasgos que van apareciendo repetidos al hablar del nuevo Papa Francisco. Muchos preguntan… y a ti… católico de a pie… ¿qué te parece el nuevo Papa? Y, la verdad, si soy honesto, no tengo respuesta.
Por un lado tengo la certeza de que NECESITÁBAMOS un hombre de «gestos». Estábamos esperando un cambio, estamos esperando un cambio, estamos ESPERANDO. Y esa es mi segunda certeza: el ser humano hoy (y en este país con millones de motivos) NECESITA la ESPERANZA. Andamos hambrientos de razones para la esperanza. Andamos ansiosos de certezas en este tiempo de incertidumbres. Y por eso recibimos con expectación y apartando el recelo el nuevo aire que nos recuerda otros viejos.
Por otro, he sido testigo (e incluso he participado) de la aparición de movimientos, campañas, ideologías, intuiciones (como el 0,7%, la sostenibilidad, los movimientos cristianos de base…) y de su desaparición muchas veces profecías de autocumplimiento originadas en su mismo interior. Quedarse en los gestos, las protestas, el escrache o el baño de masas, la renuncia al coche oficial o la ocupación de sucursales bancarias… es peligroso porque puede acabar en frustración.
El movimiento asambleario del 15-M no ha sabido -a día de hoy- aunar intereses, fuerzas e ilusiones en torno a un proyecto viable de transformación social (aunque ese proyecto aspire al cambio debe ser «posible» y ofrecer vías «reales» de colaboración). El Papa Francisco (con mucho menos recorrido, es cierto) tampoco ha ofrecido hasta ahora nada más que un puñado de gestos (hermosos eso sí) que aún no han hincado el diente a lo más complejo, a lo más doloroso, a lo más urgente en un camino de renovación de la Iglesia que devuelva la esperanza. He ahí el vínculo -para los incrédulos que ya desesperaran que este artículo llevara a alguna parte :)-.
Quiero (queremos) creer en un movimiento social capaz de transformar las estructuras. Quiero (queremos) creer en un tiempo nuevo también en la Iglesia. Quiero (queremos) creer que además de palabra profética los ciudadanos y el mismo Papa tendremos la fuerza de voluntad para hacer de las intenciones realidades, de los deseos propuestas, de la crisis… RENACIMIENTO.