Es la primera vez que escribo una reseña de un libro que aún no está publicado. Y, por supuesto, es la primera vez que escribo una reseña de un libro que no está terminado. Pero las circunstancias y la ocasión lo merecen ¡vaya si lo merecen!
Conocí a Pepe Serrano hablando de su abuelo y de narices… Presentando un libro junto al ilustrador David Guirao en la librería París. Hoy todo eso me produce nostalgia. Una librería, dos autores, un montón de niños y mucha, mucha literatura. Pepe me deslumbró desde el primer momento: por su sentido del humor, por su verbo fácil (que de fácil no tiene nada), por su cadencia en el recitado (¿o era lectura o era una narración?) de cualquier cosa, por hacer que los niños (y los no que no lo somos) nos quedemos literalmente colgados de sus palabras, esperando la siguiente ocurrencia, el siguiente giro, el próximo juego, la última pirueta… Porque así habla (y escribe) Pepe Serrano: como un trapecista, como un malabarista… manteniendo en el aire las palabras muy muy arriba hasta que, cuando parece que se van a caer… acaban de nuevo en sus manos (en nuestros oídos, en nuestros corazones) y nos brota el aplauso y las ganas de pedir “otra, otra, otra”
Pues eso y más es lo que van a encontrar en estos “Cuentos por e-mail”. El proyecto, como tantos, nacido del confinamiento y de la necesidad de mantener a sus alumnos (Pepe es maestro por si no había quedado claro) “enganchados” a la literatura, a las palabras, a la belleza… es también un homenaje al pedagogo, al maestro, al modelo que fue y es Gianni Rodari. Cuando a Pepe Serrano le dé por poner por escrito sus ideas sobre la educación la identificación con Rodari se habrá completado y ya será imposible hablar del uno sin el otro. La imaginación, la fantasía, el respeto reverencial por el niño, el reconocimiento a la inteligencia de los más pequeños, la capacidad de seguir él mismo siendo uno de ellos, de disfrutar del juego (el de palabras, sobre todo) con la convicción de que “esa” es la forma natural de aprender… todo eso ya lo tiene.
Y para muestra un botón: “El hipnotizador de zapatos”. A mí me ha llegado por wasap. Pero también han hablado de él en el periódico de mi pueblo. Ustedes pueden escucharlo aquí con el permiso (y con la voz) del propio autor. A un montón de niños les habrá llegado por e-mail.
Una genialidad. Un cuento que huele a los hermanos Grimm, que sabe a Andersen y que tiene todos los colores de los mejores cuentos latinoamericanos. En lugar de un zapatero que vive solo y apartado un “hipnotizador de zapatos” que también “Vivía solo (…) muy solo (…) solísimo”… Una descripción que es una genialidad… (otra más)… Da igual si era calvo o si le gustaban los garbanzos, da igual si su color preferido era el azul… “Lo demás da igual… y qué si… y qué… a quién le importa… Lo importante es que hipnotizaba zapatos”. De refilón, de puntillas, a contratiempo e incluso a traición… la imagen del “hipnotizador de zapatos” se nos ha quedado grabada en la mente igual que su curiosa marca de nacimiento.
Enumeraciones necesarias, cadenciosas, musicales, concatenaciones que encierran juegos de palabras, malabares (“poseía es don… dónde va a parar”), frases inconclusas, elipsis maravillosas, frases hechas (y deshechas), rimas internas (zapatos de novia blancos, inmaculados, de tacón, en una caja, blanca, inmaculada, de cartón) y un sinfín (un sincomienzo diría Pepe) de recursos que hacen de cada frase una fiesta, de cada idea un destello como los fuegos artificiales que cuando ya crees que no pueden ser más sorprendentes se abren, se despliegan y te vuelven a dejar boquiabierto.
Y sigue el cuento (porque lo que cuenta es el cuento): «Zapatos de todo tipo y condición… zuecos, botas, botines, botones… ¿botones? No ¡botones, no! Los ponía en trance a todos… los del número 42 se le resistían un poco “en especial los del pie izquierdo pues son los más rebeldes e incrédulos”. Porque Pepe Serrano no se conforma con el ingenio y la sorpresa, porque sus juegos de palabras llevan dentro una semilla, o una bomba, o una punta de lanza, o una mecha… que encienden las ideas, los pensamientos, las reflexiones, las preguntas que, al cabo, es algo mucho mejor que las respuestas.
Una novia que no sabe bailar el vals, un sonámbulo que quiere que sus zapatillas le devuelvan a la cama, un montón de chavales que quieren ser ases del fútbol gracias a sus botas… “siempre acudía alguien a pedir su ayuda… pero cuando conseguían su objetivo, se marchaban y él volvía a quedarse solo, muy solo, solísimo…” Y aquí el cuento te arranca una lágrima o dos. Porque en el cuento, como en la vida, hay momentos tristes, muy tristes, tristísimos.
Y llega el giro final. Con naturalidad, con destreza, como un espadachín de película antigua. Sin trucos, sin trampa ni cartón. Porque igual que llega la tristeza… viene la alegría, igual que un día está oscuro al siguiente brilla el sol…igual.. nuestro zapatero-hipnotizador… observaba por la ventana “cómo caía la noche, cómo subía la luna y acariciaba los cordones de sus zapatillas”.
Hasta que un día:
“Se hipnotizó a sí mismo y se dijo: eres listo, eres educado, eres valiente y eres ingenioso…”
Y se dejó barba, y ya no vive solo. Y se mudó a un primero. Y no importa si les parece inverosímil o si hubieran preferido un final “abierto” y posmoderno, o dramático y amargo, o tétrico y oscuro. El caso es que al protagonista de este cuento NO le tocó la lotería pero aprendió a decirse, a nombrarse, a quererse…
Y lo demás… DA IGUAL.
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