A medio camino entre el microrrelato y el haiku. Llevando el arte del aforismo al límite del juego, el divertimento, la reflexión profunda o el comentario leve. Haciendo de la ocurrencia (lo que se me ocurre, lo que ocurre) una invitación a (re)mirar, (re)sentir, (re) pensar, rememorar (traer a la memoria) y recordar (traer al corazón). La propuesta de Manuel Moranta no encaja en ningún género literario, no va dirigida a ninguna franja de edad, no tiene intenciones ocultas y no trata de abrirse paso a la fuerza. Es simplemente eso: una propuesta. Un libro de poemas relatados o de relatos hechos poesía. Un libro de dibujos que “ilustran” ideas (¿un álbum ilustrado?), un diccionario de mensajes arrojados al mar en una botella.
Los dos libros de “poemas visuales” o de “dibujofrases” (como las denomina el propio autor) que la editorial Trampa ha publicado con tanto cariño y cuidado (aquí la edición forma parte de la obra desde el tacto a viejo papel de carta y el diseño inmaculado de las sobrecubiertas hasta el color intenso de las guardas -rojo pasión y azul piscina- y el trazo limpio, desnudo de la caligrafía de Manuel) se descubren como un ejercicio, como un trabajo profundo (a lo hondo y a lo ancho) de selección, ordenación, construcción de sentido de un montón de ideas que parecen aparecerse a borbotones, por sorpresa o a traición.
Cada libro es a su vez, un relato.
Y el epílogo (del primero) y el prólogo (del segundo) firmados por Juan Sebastián Rodríguez Moranta son en sí mismos dos piezas de incalculable valor a medio camino entre la exégesis y la recreación del universo poético de Manuel. Sin ellos nos falta información (de la que podríamos prescindir). Con ellos ganamos los matices que esconden los hechos que inspiran, provocan, prenden estos libros.
Reza la sobrecubierta de su primer libro. Una afirmación tajante, rotunda, definitiva, absoluta. Y al volver la esquina -o la página-… Te amordido un perro. La anécdota, el acontecimiento, el hilo del que tirar para tejer un relato hecho de cristalitos de colores.
Un perro mordió al autor en las nalgas mientras corría (el autor y el perro hasta alcanzarle). Y la historia sirve para colocar en los cajones del ingenio las más disparatadas ocurrencias, las más hermosas reflexiones, las más sencillas palabras… animadas: MOTIVO, EXPLORACIÓN, DIAGNÓSTICO, TRATAMIENTO, ALTA… Como el mismo autor cuenta “el paciente se recuperó de la mordedura de perro y se puso a escribir y a dibujar. En ese orden”.
Y vuelta a la edición. A la caligrafía infantil y cuidada (a lo Gaite) de los dibujofrases se ofrece a pie de página, discretamente, la traducción a tres idiomas más: inglés, francés, catalán. Amplificando la idea, comparando términos, reproduciendo como una serie de espejos consecutivos la luz de las palabras.
El libro podría pasar por un Manual (cómo no acordarse del Oráculo manual y arte de prudencia del caústico Gracián), un libro de instrucciones para la vida en el que faltan pasos y sobran tornillos. Cada dibujofrase: una idea luminosa, una chispa, un chispazo. También podría pasar por un proyecto de filosofía visual para niños -y no tan niño- (también me recuerda al singular proyecto de Ellen Duthie y Daniela Martagón, Wonder Ponder) Igual que su título tienen algo de juego infantil… te amo, te amor, te amord, te amordido un perro (mi hijo de 9 años lo repite como una cantinela en cuanto descubre el secreto de la sobrecubierta). Como dice el epilogista (esta palabra merece un dibujofrase) “la palabra necesita del dibujo para completar su función comunicativa”. Y ahí aparece el trazo, la combinación de la pincelada y el boceto con la fina ironía, la observación, la disección de la realidad. Pone el autor bajo el microscopio de su mirada poética las emociones, las contradicciones, las paradojas: las casualidades y las causalidades. Construye un universo alternativo que, al tiempo, es el nuestro y nos envuelve.
Hace de lo cotidiano maravilla, convierte la anécdota en categoría. Habla de lo pequeño con inmensa ternura. En sus palabras: “Nadie nos ha enseñado a hablar de lo insignificante”. Así que hay que aprender a trompicones, a rayones y a manchas dejando que este libro y la vida sea una “plantilla para escribir torcido”.
El prólogo (una vez más de Juan Sebastián Rodríguez) es ya una fantasía. Imaginar a lector desnudo a punto de zambullirse en una piscina. Detener el tiempo justo en el instante en que la nariz del lector va a sumergirse en el agua. Y cumple a la perfección su función y sus promesas. Una ducha fría que templa el ánimo para asomarse a los dibujofrases que rebosan en las aguas de esta piscinalibro. Revelar la sorpresa sin destripar la historia. Anunciar la presencia de lo importante. Hacer historia. El pró-logo. La palabra antes de la palabra. La palabra antes de los dibujofrases. De nuevo, el contexto. Los padres del autor construyeron una piscina junto a una casa. Un montón de niños juegan alrededor. Y Manuel encuentra ideas, objetos, pensamientos…
De nada… recuerda a la multipremiada La casa de Paco Roca. CONSTRUIR, LLENAR, AGUA, LLENAR UN POCO MENOS, REPARAR, VACIAR. Desde la factura de construcción de la piscina a fotos antiguas que recogen las risas y los destrozos del tiempo en torno a ella. Y en medio de juegos de palabras, observaciones agudas, reflexiones ingeniosas… nos ofrece escondida la infancia del autor, el territorio mágico en el que (todos) nos construimos.
“Se ofrecen servicios de mudanza de lo literal a la metáfora”
Y comienza de nuevo… mirando y escuchando (soy todo ojos, soy todo oídos). Un pequeña autobiografía. La casa es… la vida es… Juegos infantiles, recuerdos.
Y, al igual que en su anterior libro, fruto de la intención o de la voluntad del autor o del editor… Los dibujos toan color, el azul, del mar, de la piscina.
No sabría decir cuál es el tema (los temas) que flotan en la piscina de este libro. Tal vez la inocencia, la pérdida de la inocencia o tal vez lo importante que se esconde en lo cotidiano: “Decir la verdad no me interesa”.
Haciendo un uso/abuso del juego fácil y de la metáfora obvia… diría que los dibujofrases de Moranta son una invitación a “tirarse a la piscina”. Con dos manguitos en los brazos para flotar con el cielo en los ojos: el amor y el humor. Ingenio. Introspección y extrapección. Sumergirse bajo las aguas para ver mejor y sacar a la superficie lo escondido. Un ejercicio de habilidad, de brillantez intelectual, de sencillez en el que “para gritar solo hace falta apretar el pincel”.
Porque aunque -intuyo- no pretende hacer poesía y mucho menos definirla o atraparla…
Porque aunque -intuyo- no pretende tampoco dar lecciones (creo que ya ha quedado claro que el libro es muchas cosas pero no es pretencioso)…
Lo hace con la caricia del pincel mojado en pintura sobre la piel de papel.
Y así uno acaba con ganas de escribir, con caligrafía infantil y cuidada, que el sentido último, la razón de ser de las palabras, el lenguaje, los dibujofrases o la poesía es “abrazarse por escrito”