En algún momento de mi carrera profesional y de mi trabajo como profesor, bibliotecario y mediador de lectura tuve la tentación de creer que los premios literarios en la LIJ eran un poco como sus espejo en la llamada literatura adulta. Los autores “consagrados” se repetían año tras año alternándose en un grupo más o menos reducido. En ocasiones aparecían autores noveles que sorprendían por su juventud o por su atrevimiento.
Años más tarde tuve la oportunidad de ser jurado de uno de los más importantes premios de literatura juvenil y conocer así el proceso desde el interior.
Descubrí así que la calidad de los autores LIJ de este país es tan grande… que difícilmente los autores consagrados se quedan fuera de los finalistas de los premios más prestigiosos. Es cierto que siempre aparecen autores interesantes con más o menos recorrido que van haciendo crecer esta nómina de creadores de la que deberíamos sentirnos orgullosos.
Lo cierto es que los premios de las “grandes editoriales” LIJ y de los premios más alternativos que se centran en géneros más específicos (como la poesía o el álbum ilustrado) son un buen termómetro para medir la salud de nuestra Literatura dedicada a niños y jóvenes. Y lo cierto es que la calidad de los autores y su apuesta decidida por una literatura que piense en su receptor ideal (niños o jóvenes) como el más exigente y complejo lector y en sus obras como puentes y ventanas que deben llevarlos siempre más allá tanto en su competencia lectora como literaria.
Así pues quiero dejar constancia aquí de las dos obras ganadoras del Premio Anaya de Lit. Infantil 2024 y de El Barco de Vapor de SM 2024. Ambas tienen además de una altísima calidad literaria un nivel de sutileza, un manejo del lenguaje, una cadencia y una dosificación justa de aquello que un lector infantil puede ir descifrando con cierto esfuerzo y con muchísima satisfacción. Son obras hermosas, complejas, susceptibles de múltiples lecturas y retadoras. Ambas basan su estructura en “el camino del héroe” como tantas y tantas obras clásicas. Y ambas los personajes toman cuerpo (carne, emociones, pérdidas, historia, pasado, presente y futuro) y en ambas se permite que la fantasía (tan necesaria como decía Rodari) se cuele por las rendijas de historias aparentemente ambientadas en un momento histórico o en un contexto cultural (una tribu del desierto o el Japón de los emperadores).