Paco Roca es un ilustrador valenciano que saltó a la “fama” con el Premio Nacional de Cómic en 2008 y el Goya al mejor guión en 2012 ambos por su “otra” novela gráfica: Arrugas. Una historia en torno al alzhéimer, la ternura, el cuidado y la despedida.
Con La Casa Paco Roca regresa al territorio de las emociones, de las cuentas pendientes, de la familia y el amor. “La historia nace en un momento muy importante para mí –cuenta-. Ese en el que me convertí en padre y me quedé sin padre casi a la vez”.
En los años 80 muchos españoles se dejaban la piel trabajando para “dar a sus hijos aquello que ellos no tuvieron”. Fue su manera de dar sentido a una vida llena de dificultades con raíces de hambre y tristeza. Formaron a su modo y manera una nueva clase media. La construcción de una segunda vivienda para pasar las vacaciones se convirtió en un símbolo de progreso, de éxito.
“Huele a humedad. Normal. La casa lleva cerrada un año”. Tras la muerte del padre, tres hermanos se dan cita en la casa familiar para “ponerla a punto” para su venta. Una última visita antes de dejar ir los recuerdos y cerrar el capítulo de una infancia en pantalón corto y camiseta. Vicente, José y Carla, el mayor, la pequeña y el escritor. Cada uno con sus vidas, cada uno con sus miedos, sus deudas del corazón, sus terrores, su memoria.
La casa es el recuerdo del padre. La casa es la memoria de una generación. El homenaje a esos padres y madres de familia que expresaban poco y amaban mucho.
La Casa es un libro de silencios. El viejo chalet construido a fuerza de retales y tiempo libre alberga la sombra de un padre orgulloso de sus hijos pero encerrado en sus cosas. Como tantos.
La primera página nos encoge el alma y nos ensancha el recuerdo. Un larguísimo plano secuencia en el que un anciano se despide de una casa que ha sido su refugio, su proyecto, su escondite. Un anciano que se abandona al cerrar la puerta, que baja los brazos y se marcha. El paso del tiempo se percibe en los colores de la novela, del sepia al rosa, los recuerdos se mezclan con los reproches, el pasado ilumina y renueva el presente.
Y luego unos dibujos que cuentan tanto. No basta con leer los textos. Hay que mirar, atentamente, detenerse en el detalle, dejarse llevar: entre ropa tendida, almendros florecidos, higueras secas, tocones y ladrillos. Asomarse a la historia desde dentro. Así nos sentimos. Sentados en una vieja silla en el terreno aquel, en el pueblo, en la casa de veraneo, en la promesa de un futuro mejor.
Los personajes nos producen la misma ternura que el padre guarda en su corazón. La ternura silenciosa de quien ama profundamente y ha hecho de su vida precisamente eso, un proyecto de amor.