Pepe Trivez

«Nuestra casa en un árbol» de Lea Vélez

In Estoy leyendo... on mayo 24, 2017 at 8:53 am

Se acerca el verano y ya huele a mar, perezosas sobremesas y tiempo de risas. El verano huele a descanso y a infancia. Es el tiempo de las pausas, de los sueños, de los juegos. El tiempo de las bicicletas y de los amigos. El tiempo de la fantasía.

Y un poco antes, en primavera, Lea Vélez nos presenta esta novela que cuenta cómo una madre decide construir una casa en un árbol para conjurar los fantasmas, para ofrecer a sus hijos un trampolín para soñar, para compartir con ellos la esperanza y el futuro.

Un canto a la infancia. Una celebración de la vida. Una reflexión sobre la educación. Una exaltación de la vida feliz, una fiesta de optimismo y una reivindicación del poder de la libertad como motor…

Todo eso y mucho más se ha dicho (¡y lo que se dirá) de este libro de Lea Vélez. Y todo eso es cierto. Pero el libro es más. Mucho más. Este libro es una novela, una gran novela. En primer lugar porque parte de una gran historia, porque hereda el tono de su anterior novela El jardín de la memoria, porque bebe del mismo sentido del humor, de la misma pasión por la vida, de la misma fe en que desde la ficción se puede contar la realidad con mucha más honestidad, sin el pudor y los prejuicios de la biografía, el libro de memorias y el ensayo. En segundo lugar porque construye unos personajes complejos, hondos, tiernos, incoherentes “incompletos, pero perfectos”.

Lea Vélez es madre, viuda, guionista, novelista, bloguera. Tiene dos hijos “calificados” de “altas capacidades” con quienes disfruta (y nos hace disfrutar) y sufre (por la incomprensión de los otros) a partes iguales. Con el permiso de la madre le diré a la escritora que los hijos adultos son el mejor hallazgo de este libro. Los personajes-niños son mágicos, ingeniosos, luminosos, sorprendentes, tiernos, valientes, reales. Pero los hijos-adultos son ficción, distancia, hondura, reflexión será, gratitud, equilibrio. La mirada que Michael (el narrador) derrama sobre sus hermanos, su madre, su infancia, sus dramas y sus juegos, su orfandad, es delicada y honesta. No pretende explicarnos nada y, tal vez por eso, nos cuenta casi todo. El relato avanza despacio, con cuidado, mezclando recuerdos, diarios, reflexiones y diálogos… Con dudas a veces. Es un relato que, afortunadamente, sí deja lugar a dudas… y eso lo hace único.

(…)- Pero faltan por escribir muchas cosas. Le falta, no sé, un hilo conductor –dije a modo de protesta.

-Pues cuenta esto. Tal cual está pasando.

No haría falta decir más. “Tal cual está pasando”. La mezcla de la ficción y la realidad es una herramienta, un  rasgo de estilo tal vez, un armazón (como el suelo de la casa en el árbol) que sostiene una historia que, en esencia, es algo sencillo (y rico y hondo y sutilmente complejo, como todo lo sencillo). “A mí me parece una historia preciosa, la de tres hermanos reunidos por la muerte que acaban rememorando su infancia.”

Pero es cierto que la novela es además un ALEGATO, una PROCLAMA, una SOFLAMA… Un grito de indignación que no se disolverá en ningún movimiento cívico ni social ni político. Un grito profundamente humano de una madre que, sobrepasada a veces por un sistema que impide crecer a sus hijos, que les hace extraños, ajenos… estalla en carcajadas y decide coger el toro por los cuernos y bailar un vals con el astado animal.

La novela habla de la infancia y de la maternidad. Nos hace contemplar la vida de nuestros propios hijos. Con unción, con temor y con temblor. Nos hace conscientes de que son perfectos. Ahora. Ya. Sean como sean.

Y también nos revelan lo que muchas veces no queremos ver… En esta ocasión, el árbol es el que nos permite ver el bosque… Y las palabras de unos niños-adultos cuestionan lo que aprendemos y cómo lo aprendemos (y para qué lo aprendemos, claro).

“Pensaba muchas cosas mientras nos obligaban a colorear tonterías: ¿por qué es azul el cielo? ¿La luna tiene placas tectónicas como la tierra? ¿De dónde viene el pis? ¿De qué está hecha la lengua? ¿Cuántos músculos hay en la cara? ¿Cómo funciona el ojo? ¿Cómo es posible que nunca se pare el corazón? ¿Por qué los antiguos pensaban que la Tierra era plana? ¿Fue Galileo el que dijo que la Tierra no era plana o él solo dijo que giraba alrededor del Sol? ¿Quién dijo que la Tierra no era plana? ¿Cómo es posible que existiera alguien tan malo como Hitler? ¿Por qué en las burbujas de jabón hay siempre un arco iris? ¿Por qué empieza una guerra? ¿Para qué sirve el viento? ¿Por qué hay cuatro mareas en al Hamble? ¿Existe una persona tan pequeña que no la podamos ver?”

No puedo evitar pensar en cómo los niños devoran los llamados “libros informativos”. Ana Garralón –Premio Nacional de Fomento de la lectura- (en uno de sus excesos verbales) ha llegado a decir que la ficción infantil está “muerta” ¡larga vida al libro informativo!. La novela es un compendio de sabiduría de unos niños que no se sienten sujetos a convenciones ni a límites… Su curiosidad no la consume ni uno de los temibles y atractivos agujeros negros de los que tanto hablan…

Como ha dicho Sergio del Molino “es una novela que debería ser lectura obligatoria en las escuelas, pero para los profesores”.  Y para los padres, y los nopadres y los adultos en general (y en particular).

El dolor de la vida no es menor por el tamaño o la edad de quienes lo padecen. La infancia no es un período de espera, de tránsito, de semi-existencia. Y los sentimientos, los acontecimientos, la fuerza irreductible de la vida pasa por encima de los niños con la misma determinación que nos golpea a los adultos.  Los niños sufren y nos lo cuentan. Otra cosa es que tengamos ánimo y valor para escucharlos.

-¡Bah! ¡Yo nunca tendré niños!

-¿No? ¿Y por qué no? –preguntó mamá decepcionada.

-Porque ser niño duele demasiado.                                         

Y sí que dolía. A mí me dolía crecer. Odiaba la idea de ser demasiado mayor para recibir los abrazos de mi madre. Odiaba la idea de dejar de ser niño.

Nuestra casa en el árbol es una novela inacabada, imperfecta. Lo contrario a una novela “redonda”. Tampoco es que sea una novela “abierta”. Las categorías se le quedan cortas a este libro. Como la ropa heredada de los hermanos pequeños. Pero sí hay que poner “etiquetas”… es una novela HUÉRFANA, IMPERFECTA…

Mamá también estaba huérfana (…) Aunque no estaba completa, era perfecta. (la casa no la madre, o ambas tal vez)

Y NECESARIA…

“Tienes que publicar un libro con estos recuerdos.

-Yo no soy escritor. Solo son anécdotas sueltas.

-¿Cómo que no es un libro? –dijo María-. Esto es un librazo sobre la infancia, la educación, sobre la libertad.

(…) Pero es que hay algo importantísimo en un libro como este –añadió Michael-. Algo único. Cuando yo era pequeño, odiaba leer, pero con ocho años yo habría leído este libro, lo habría hecho. Tiene todo lo que me podría interesar, respuestas a mil preguntas de ciencia o de filosofía.”

Es una historia de niños para adultos y un libro de adultos para niños.

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