Begoña Oro es una gran narradora. Begoña cuenta cuentos, cuenta historias, cuenta los días (para escaparse a las montañas), cuenta con sus amigos y cuenta por decenas los títulos publicados. Begoña Oro es madre de una ardilla, de un niño en un carrito, de dos hermanos enredados siempre en misterios de barrio. También es madre de un niño de verdad.
Begoña escribe para niños y para jóvenes. También para mayores. Lo hace siempre con un humor afilado y preciso, un humor que esconde mucho más de lo que revela, con juegos de palabras, con alusiones escondidas, con una mirada a la realidad llena de desparpajo, irreverente y amable a un tiempo.
Me gusta leer los libros infantiles de Begoña porque están escritos con cuidado, con un respeto infinito, casi con reverencia (al menos con temor, o con temblor), pensando siempre que la inteligencia de los niños ve más allá y que no valen engaños ni trucos. Begoña cuenta las palabras, acaricia los adjetivos, elige con cuidado los verbos, desliza guiños y reparte sonrisas escondidas entre líneas…
Pero la mejor Oro, la mejor de todas, cuando escribe, es la que se siente profundamente LIBRE. La que deja volar su imaginación sin freno. La que escribe sin pauta, la que imagina un avestruz que sueña con ser astronauta, la que escribe en verso o en prosa (¿a quién le importa?!), la que canta y cuenta.
Eso es lo que encontramos en Cuentos con amor para un mundo mejor. Viene después de Cuentos bonitos para quedarse fritos. Los dos con Beascoa. Los dos una colección. Los dos ilustrados con cariño y trazo libre… (uno por Cuchu, otro por Marisa Morea). Cuentos de noche y cuentos de día.
Retahílas, poesía sin rima y rima sin poesía. Un montón de historias mezcladas aparentemente (solo aparentemente) sin orden ni concierto “¡qué trapatiesta!” 10 cuentos. 10 fábulas. 10 emociones (y más).
Y como es una recopilación muy muy libre… está llena de intención. De sobra conocida es la polémica acerca de si la literatura infantil debe “contener mensaje”, si debe permitir que la moraleja se muestre explícita y reconocible, si puede ser “educativa”. Pues sí. Puede. La literatura infantil -como la otra- puede ser lo que le dé la gana. La literatura infantil -como la otra- puede servir para muchas cosas… Y eso les pasa a estos cuentos… Están llenos de amor, de literatura, de ternura, de humor, de irreverencias, de torpezas, de alegrías, de sueños cumplidos y por cumplir… Están llenos de amor y están escritos para CAMBIAR EL MUNDO. ¡Qué alegría!
Desde lo pequeño, desde el detalle, desde la convicción de que las emociones son capaces de transformarlo todo alrededor, desde la necesidad de tomar partido… la Oro comparte estas historias para hablar de la belleza, de la generosidad, de la delicadeza, de la cortesía, de la valentía, de los sueños y de la bondad…
Historias que hay que leer con una sonrisa en los labios, con los ojos abiertos y con el corazón en la mano porque… “Si estás sonriendo y nadie te ve,/es como hablar con la pared.”
Historias que atraparán a los niños que las escuchen y los adultos que las cuenten. ¿Qué por qué lo sé? “-¿Y tú? -preguntó el oso-. ¿Cómo sabes tanto?/-Porque leo de vez en cuando.”
Historias que entroncan con la literatura tradicional, con el nosense de los mejores autores LIJ, con la celebración del juego de Rodari o con la mirada atrevida de Dahl: Niños impacientes, gritones, tragones y musicales, insomnes, Príncipes y princesas…
Cuentos de fábula: libélulas presumidas y arañas malvadas, hormigas, mariquitas, moscardones y escarabajos… con cualidades ocultas, osos polares perdidos y gaviotas ecologistas, una avestruz astronauta, una vaca muuuda y un pajarito ito ito tartamudo. Y hasta una ardilla que sin duda es familia de otra más famosa, RArita y SIncera…
¿Algo más? Sí. Al final de cada cuento, un poema. Al final de cada lectura un verso que se te queda rondando el corazón, que te hace sonreír sin dobleces y apostar una vez más por lo bonito, por lo bueno, por lo verdadero que, sin duda, cambia el mundo.