Una obra de teatro, un poema dadaista, una historia desde muchos puntos de vista (hasta el de unas galletas), una locura, un despropósito, un juego de palabras, unos capítulos ordenados como una “rayuela”, unos personajes ex-céntricos y en-trañables, una fantasía, un salto mortal, un cuento, ¡UNA MARAVILLA! Cualquier cosa que se escriba acerca de “El método Chof” ha de hacerse con signos de admiración.
El método Chof es un “castigo” que las risitas aplican a los adultos cuando no tratan bien a los niños. Si mandan a los niños a la cama sin cenar o les asustan, si no son sinceros con los niños… les aplican el método Chof. ¿Que qué es el método Chof? Eso tendréis que descubrirlo vosotros. Eso y muchas cosas más: galletas aburridas, perros que hablan -pero no en francés-, atajos que pasan por el desierto y la Torre Eiffel, niñas que no saben hablar pero que dicen las cosas más interesantes… ¡Todo un descubrimiento este “método Choff” de Roddy Doyle (por lo visto en Irlanda ya lo conoce todo el mundo, vaya, vaya)!
Uno acaba sin aliento y pasa por esta historia del mismo modo: conteniendo la respiración. Pero no la risa. El humor de Doyle es atrevido, desprejuiciado, transparente. La historia es una road movie a lomos de un perro, una búsqueda del tesoro, una cuenta atrás.
Si necesidad de explicar mucho más de la trama y sin olvidar que las ilustraciones de Brian Ajhar son el complemento (o el suplemento mejor dicho) más apropiado que podría tener esta loca historia… creo que es interesante señalar algunos aspectos que hacen de esta obra creada hace apenas 20 años una candidata a convertirse en un “clásico” de la Literatura Infantil de todos los tiempos:
- El humor, el humor y el humor. Tan necesario y tan poco presente en algunas obras para los primeros lectores. Un humor “adulto” pero compartido con los niños. Un humor sin condescendencia. Un humor revuelto, trastornado, apabullante, desternillante, enloquecidamente cuerdo.
- El tratamiento de los personajes infantiles. Desde el respeto. Y la admiración. La admiración incluso. Una mirada a los niños sin juicio, sin romanticismo ni compasión. Una mirada única.
- Las capas, los niveles, las “lecturas” posibles. Que no son todas sesudas ni profundas pero sí originalísimas y diferentes según la mirada de cada lector. Porque la complejidad en la interpretación reside a veces en la simplicidad de los recursos narrativos. Y Doyle hace de esto un arte.
- La “metaliteratura”. El diálogo con el lector (adulto y niño), vamos. Los guiños, las bromas, los pactos, el compromiso que el autor solicita humildemente a sus lectores y que hace de la lectura de esta obra una experiencia que hace estallar los límites de lo convencional, que arroja luz sobre las sombras, que despierta los sueños y otorga a quien se entrega a ella la libertad de imaginar sin límites, de cambiar la historia incluso.
- Y por último… una vez más el humor. La ironía en este caso. La de burlarse de sí mismo. ¡Un libro que se burla de sí mismo! La de no tomarse demasiado en serio pero hacer que se disfrute de la aventura muy seriamente.