No sé si esta reseña va dirigida a los adolescentes potenciales lectores de la novela o a todos los que de una manera o de otra nos asomamos a las vidas de esos jóvenes y nos convertimos en puente, ventana, puerta o muro, zancadilla, peso o presión. En palabras y/o en silencios. Seguramente a ambos.
Nando López ha vuelto a hacerlo. Ha vuelto a capturar en palabras el alma atormentada, efervescente, hambrienta y apasionada del adolescente que todos fuimos, que todos somos un poco (o un mucho) aún.
Nadie nos oye es una historia de imágenes y silencios: la materia prima de nuestras vidas que nos construye (o nos destruye inevitable, definitivamente, o temporalmente que, a veces, puede ser lo mismo).
Un joven deportista muere a golpes tras perder el partido más importante de su juvenil y prometedora carrera deportiva. Una psicóloga anegada por la culpa y las heridas de fracasos anteriores y un joven tímido que mira, observa, guarda silencio y trata de crecer en medio del odio y los estereotipos… tratan de reconstruir los hechos que han llevado al fatal desenlace. Para que se haga justicia con la joven vida arrebatada y para entender sus propias vidas y contradicciones.
Como leeréis en es un thriller trepidante que mantiene el aliento contenido y te atrapa desde la primera página. Un thriller que esconde (u oculta para ser descubierta, que parece lo mismo pero no es igual) una intención inequívoca y valiente de aportar algo, de hacernos mejores (como por otra parte hacen todas las obras de Nando y su trabajo -que lo es- visitando colegios e institutos para explicarlas y compartirlas).
Puede que la «militancia» del narrador (los narradores, pues son muchos) de esta historia ponga en guardia a quienes quieren vaciar la literatura de compromiso pero Nadie nos oye no se entiende sin la denuncia, sin la autocrítica, sin la visión que de los jóvenes nos devuelve crudo y apasionado Nando López: «Entre las ganas de decir y el desinterés por escuchar. Porque a veces eso es lo único que tengo claro de esta maldita edad. Que molestamos. Somos ruidosos, gritones, incómodos para toda esa masa gris que se ha olvidado de que una vez también tuvo nuestra edad. Toda esa gente que te mira por encima del hombro y te dice con aire de suficiencia que esto pasará, que ya vendrán tiempos mejores, que ese dolor que ahora sientes es pasajero, como si la adolescencia fuera un espejismo, un maldito ensayo de la vida que va a venir después. Pero esa gente se olvida de que la vida siempre hoy. La vida es ahora». Porque esta novela habla de la amistad (de los likes frente a las confidencias) de los secretos, de la identidad y del PRESENTE con mayúsculas de la adolescencia.
También es posible que la intensidad de las emociones, el apasionamiento, la subjetividad consciente ante la realidad sea cuestionada en una novela. Pero se hace imprescindible cuando se hace explícita la necesidad de contar lo que nadie quiere oír, la necesidad de dar voz a los que tantas veces dejamos de escuchar confundidos por sus gritos o sus silencios. Porque esta novela también habla de violencia, de prejuicios, de maltrato, de guetos y odios maquillados.
Nando López nos atrapa, nos enreda, nos envuelve en una historia que es mucho más que una historia. La vida se escapa entre los dedos del novelista, y si se trata de la vida en ese momento crucial que es la adolescencia pierde los contornos, la firmeza, la definición y se nos muestra compleja, abisal, oscura y luminosa al tiempo. Y es entonces cuando más falta nos hace, cuando más se agradece el esfuerzo de ponerle palabras. «Por eso el lenguaje importa tanto, porque la única realidad que existe es la que elegimos crear con las palabras que decimos y los silencios que guardamos». Desde el respeto y la unción de quien mira a los jóvenes como lo que son: seres en búsqueda, en tránsito, en formación, confusos, apasionados, abrumados por la vida y atrapados por ella tantas veces (¿los jóvenes? ¿solo los jóvenes?). Gracias Nando por hacerlos oír.