Otra historia de amistad, de (auto)conocimiento, de maduración y de tránsito de la infancia a la juventud. Otra historia con personajes “diferentes”, aislados, de alguna manera marginados, solitarios pero hambrientos de experiencias y ricos en sus intensos, hondos y personalísimos mundos interiores. Otra novela de aprendizaje que tiene algo que enseñarnos.
Otra historia en la que el origen de la autora (hija de inmigrantes filipinos en Estados Unidos) enriquece la mirada con la que se contempla el mundo, las relaciones, la infancia. Erin Entrada, una joven escritora licenciada en Bellas Artes ha publicado además de esta novela Blackbird Fly, The Land of Forgotten Girls y You Go First. Supongo que no es casual que los protagonistas de numerosas novelas LIJ norteamericanas pertenezcan a una minoría racial. El extrañamiento de la infancia perdida, la perplejidad ante un mundo que no se entiende se acentúa con el choque cultural de niños-jóvenes varados entre el universo familiar y su vida “social”.
Los protagonistas de esta novela son cuatro niños recién llegados a una Secundaria que se les hace hostil, difícil, extraña. Virgil Salinas es un niño de origen filipino con una abuela que conserva la memoria de sus raíces y le aporta la fortaleza y la seguridad de los sueños y leyendas. Valencia Somerset es sorda y vive en una burbuja de sobreprotección que la ahoga y le ha hecho forjarse un fuerte carácter. Kaori Tanaka anuncia sus servicios de adivino y vidente en tarjetas manuscritas en la puerta del supermercado. Vive su propia realidad de fantasía con tal convicción que es capaz de arrastrar a su hermana pequeña y cualquiera que se cruce en su camino. Chet Bullens es el abusón de la escuela y sin llegar a la justificación se intuye que sus propios miedos son los que le hacen ser lo que son, aferrarse a la violencia y la intimidación como señas de identidad.
El día del comienzo del verano. Un largo verano por delante y muchos interrogantes. Una broma pesada, una agresión que podría acabar en tragedia coloca a nuestros protagonistas en medio del bosque (siempre el bosque) persiguiéndose sin saberlo… deslizándose a un encuentro que transformará sus vidas. El destino teje sus hilos para colocar a los niños en la encrucijada del encuentro. El Universo manda señales o simplemente los niños las crean buscando su sitio y sus compañeros de viaje.
La novela es un canto a la amistad surgida desde la diferencia, desde la admiración sincera y la confianza. La novela explora las razones del destino y el origen de las emociones con más insinuaciones que aforismos.
La soledad de la preadolescencia, la sensación de ser distinto, de andar perdido, de no encajar… se trenzan con la imaginación desbordante de quienes aún no han dejado de ser niños.
Escuchamos los pensamientos de los protagonistas y los hacemos nuestros. O tal vez reconocemos nuestra propia confusión, nuestro corazón inadaptado, solitario a veces, extraño, encogido.
Esa es el mayor atractivo de la novela… Recuperar con honestidad y verbo certero las dudas de la infancia, la incertidumbre, el terror y el temblor que produce “hacerse mayor”. Y hacerlo apoyándose en lo más humano, lo más intenso, lo más significativo (muchas veces) de este proceso: la amistad y su capacidad de transformar nuestro propio universo. El lector como los protagonistas acaba sonriendo con la esperanza de que las cosas sean a partir de ahora más claras, más luminosas, con la esperanza de que el universo nos devuelva el saludo.