
Una novela (una creación) colectiva siempre es una apuesta arriesgada. La literatura casi se define por ser un oficio solitario que necesita de la soledad y hasta del aislamiento en ocasiones. Una novela a ocho manos no es solo que sea osado es que tiene tanto(s) riesgo(s) como pasear al borde de un acantilado… ¿Cómo empastar cuatro estilos (tan definidos, por cierto)? ¿Cómo hacer que las voces (y los ecos) de los personajes sean verosímiles y dialoguen entre sí con fluidez y honestidad? ¿Cómo construir una historia que no se quede en un perspectivismo que suma visiones sin interactuar? ¿Cómo hacer que las relaciones -el eje fundamental de esta novela y de su proceso creativo- sean auténticas, verosímiles, “reales”?
Estos cuatro escritores con una trayectoria de largo recorrido y un estilo (cada uno) claramente reconocible… han sido capaces de armar una historia llena de capas y lecturas que ahondan en la adolescencia revelando la complejidad de un relato y de la vida misma.
Erik, Allegra, Nil y Ras. Cuatro jóvenes que se encuentran en el Benidorm Fest. Cuatro historias que tal vez nunca se hubieran contado juntas. Cuatro protagonistas que coinciden en un punto al que llegan con sus propias inquietudes, angustias, frustraciones, miedos, luchas. La vida en un instante. Una pistola. Un concierto. Cuatro amigos que conectan sus miradas desde la distancia.
No es fácil explicar la “trama” de esta novela “juvenil” (las comillas mismas son fruto de la dificultad y la falta de definición en los límites de conceptos como: trama o juvenil). Una novela de aprendizaje, una novela de transición a la vida adulta, una novela de amor y amistad trenzados en la casualidad, el viaje y la música. En algún momento los personajes se aceleran, se enfrentan, se derrumban, se rehacen, se confunden… como en la vida misma, como en el mágico momento de la adolescencia que esta historia relata tan certera como honestamente.
Una novela que se sirve del ritmo frenético del thriller, la hondura de la novela psicológica, la cadencia de la novela lírica y la crudeza de la novela testimonial para retratar una generación, una cultura, una naturaleza (la de los jóvenes) que es siempre diferente y la misma. Jóvenes que buscan el “like” desesperadamente, que encuentran “hate”, que esquivan relaciones tóxicas y buscan la autenticidad mientras corren como locos hacia la playa.
Si algo hay que agradecerles a estos cuatro autores es que traten a los jóvenes sin condescendencia, sin falsa empatía ni el escepticismo y la distancia con el que los adultos miramos tantas veces a los adolescentes (y también a la literatura escrita para ellos).
Esta novela sin embargo es capaz de analizar, observar, exponer y, al mismo tiempo. admirar la fuerza de la adolescencia, el vigor, la determinación y las dudas el miedo el pánico el terror que cabe en una carrera hasta la arena gritando como animales empapados en sudor.
Aunque la novela aborda un mosaico de temas, aspectos, realidades (la identidad, las expectativas, el futuro, la imagen, la necesidad de los afectos y su tiranía, la manipulación, la confianza, la amistad, la resiliencia, la fragilidad, las convicciones…) creo que es interesante poner el foco en una: todos los personajes tienen familia. Los cuatro jóvenes son lo que son (en lo bueno y en lo malo) porque, aun jóvenes, tienen un pasado. Los padres están presentes (en la mayor parte de los casos sin estarlo). La mirada de estos cuatro supervivientes nos devuelven una imagen de la maternidad y la paternidad llena de matices, de contradicciones, de tropiezos y aristas. Como la vida misma.
Es inevitable en una obra como esta establecer vínculos, puentes, conexiones… entre el resultado y el proceso de escritura. La “mano” de cada uno de los autores se reconoce (unas veces más y otras menos) en la construcción de cada uno de los personajes. Cada capítulo corresponde (casi) con el desarrollo, el crecimiento, el desvelamiento de cada uno de ellos y cada texto exige más al siguiente… Se retan, se crecen, se excitan, se provocan… Como los personajes…
Se disfruta (y se admira) cómo los autores enlazan un capítulo tras otro, cómo la trama se va enredando sola… Como si nadie estuviera detrás. Se disfruta (y se admira) cómo se copian, se imitan, se funden y se confunden los estilos, las palabras, la sintaxis y la intención. La hondura, el ritmo vertiginoso, la intensidad, la sutileza…
Y cómo cuidan el lenguaje, las palabras, el “cómo” contar a los jóvenes. Cómo miman el discurso, como alumbran con metáforas, con canciones, con versos y silencios la oscuridad que yace en el corazón de cada personaje, de cada adolescente, de cada ser humano. Un libro de 400 páginas y sin embargo las palabras están destiladas, filtradas, elegidas, construidas como quien levanta un castillo de naipes, con cuidado y la respiración contenida.
Los cuatro autores de esta novela van con todo. No se guardan nada. No se reservan recursos, giros ni hallazgos. Ponen todo el Amor (y todo el hate) en contarlos, en contarnos, en contarse.