Marina, una niña con el pelo lleno de rizos y la mirada limpia deja de hablar el mismo día en que a su padre lo llevan preso. Su amigo Hugo la arranca del silencio con su compañía tierna y cómplice. Hugo es (como) un león blanco. Dos niños “apartados” del resto que se encuentran. Dos niños “diferentes” que emprenden una aventura, un viaje… y nos invitan a acompañarlos.
Mónica Rodríguez ganó con este “cuento” no tan fantástico el premio Everest “Leer es vivir” de literatura infantil. Juan Ramón Alonso ensanchó el relato hasta convertirlo en una experiencia, un placer inesperado, un regalo capaz de encandilar a un niño y de estremecer a un adulto.
Lo primero que salta a la vista es la DOBLE LECTURA que admite esta pequeña gran novela. Una lectura literal, directa, adaptada a la mirada (nada simple) de los niños. Palabras sencillas, escenas plásticas, fáciles de imaginar, de entender. Una aventura lineal que arrastra al lector entre el miedo y la sorpresa. Una segunda lectura “adulta” que nos habla de la represión, la tristeza, el miedo y la injusticia. Una lectura que nos trae el sabor amargo de nuestra posguerra gris y miserable.