Ni rúbricas, ni estándares, ni criterios de evaluación. Ni algoritmos que conviertan valoraciones en calificaciones. Ni infinitos test nuncaavecesamenudosiempre. La evaluación debería (debe) ser otra cosa. La evaluación en educación debe ser ANÁLISIS, REFLEXIÓN, CONTRASTE, JUICIO Y VALORACIÓN. Si pudiera (si tuviera tiempo y el sistema no se pusiera de uñas cada vez que tratas de subvertir el orden de las cosas), si pudiera digo… entrevistaría a cada alumno durante horas acerca de lo aprendido, lo que ha quedado confuso, lo que ha sido transformado, lo que enriquece, lo que limita, lo que le ha abierto puertas o cerrado ventanas. Si pudiera mi evaluación sería una entrevista. O una carta.
Durante este curso he tenido la suerte de ser “tutor de prácticas” de una alumna del Máster de Educación de la Universidad de Zaragoza. No sólo. He tenido el privilegio de compartir su Proyecto Fin de Máster, su trabajo y, sobre todo, su pasión incondicional por la lectura. La he acompañado en la construcción de un proyecto acerca de “constelaciones lectoras” del que -no lo dudéis- tendréis noticias. Hemos acompañado a 30 adolescentes de 4º de ESO -sí, de esos que no escuchan, sí de esos que no callan, sí de esos que NO LEEN- en un mes -y lo que nos queda- de lectura en la BBLTK. Todavía estoy emocionado por los resultados.
Aunque entregaré el Cuestionario de Evaluación a mis compañeros de la Universidad y por supuesto he mantenido reuniones tras cada sesión con ella para comentar lo que he observado, hacerle apreciaciones y valorar los aspectos de su práctica docente… no me resisto a escribir mi evaluación. Y a hacerla pública… por si puede servir para transformar (aunque sea un poquito, aunque sea un espejismo) el paradigma de la evaluación educativa.