Cuando el curso pasado leí en el aula a mis alumnos de Bachiller las primeras páginas de Mejor Manolo la clase comenzó con sonrisas de complicidad algo nostálgicas (¡cuánta nostalgia les cabe a nuestros adolescentes!) y terminó con carcajadas a mandíbula batiente…
Después lo leí yo mismo en verano (como el tinto…) con la misma nostalgia (más, seguramente) y un cierto temor. Ver a Manolito convertirse en adolescente me provocaba una mezcla de escepticismo, extrañeza y curiosidad. Que el niño inocente y socarrón, celibriti sin discusión del barrio de Carabanchel, de sus parques y de su escuela… hubiera crecido hasta convertirse en un saco de hormonas con patas o (aún peor) hasta transformar en cisne al entrañable patito feo que había acompañado mi propia infancia… me daba pavor.
Pero el aliento de Elvira Lindo no ha sufrido ni con la crisis, ni con el éxito, ni con su «experiencia neoyorquina» ¿Sabrán sus vecinos de la Gran Manzana que en realidad ella sigue siendo la escritora que robó la voz a un niño de Carabanchel?. Elvira Lindo nos ha devuelto al mejor Manolito, al niño (ya no tanto) crítico e incorformista, al observador insobornable de la realidad, al niño entre la caricatura y el retrato. Gracias.
En tiempos de crisis la familia de Manolito se le aparece a la escritora con la misma necesidad de ALEGRÍA que la autora reivindicaba desde las páginas de algunas otras tribunas (Con la que está cayendo).
El humor es un género (o una cualidad, no sé bien) poco habitual el la literatura juvenil. Parece que la adolescencia sea un tiempo de drama y misterio, de aventura y de cierta intensidad trágica. Parece que los jóvenes sean incapaces de valorar la ironía, la inocencia, la crítica despiadada o los juegos de palabras. Me consta que NO ES ASÍ.
A través de la mirada (acristalada y miope) de Manolito (mejor Manolo) los jóvenes (y no tan jóvenes) nos asomamos al mismo barrio de siempre poblado ahora por angustias nuevas, por el paro y la crisis, por la aspereza del tiempo que nos ha tocado vivir. Tal vez por eso los jóvenes que fueron niños se escapan esta vez al centro de Madrid en una excursión alocada y cotidiana, en el trayecto que al final todos hacemos desde la periferia al centro.
El Orejones López, Yihad, Susanita Bragas sucias y por supuesto el imbécil siguen acompañando a nuestro «héroe» en sus aventuras quijotescas. Pero esta vez, su hermana la Chirli y su madre Cata… adquieren un protagonismo que lejos de empañar la figura del niño (ahora ya casi joven) Manolito lo muestran como un ser humano sensible, atento, despierto y lúcido. Mucho más lúcido que algunos análisis sesudos de la realidad que andan por ahí amargándonos la vida. Mucho más sensible que nuestros gobernantes. Mucho más atento que la mayoría de los «observadores» y «comentadores» de la realidad que ensucian ondas, periódicos y pantallas con sus análisis siempre en contra de…
Las nuevas aventuras de Manolo son, como lo fueron sus precuelas, un soplo de aire fresco, un desahogo, un remedio para la angustia y el tedio.
Presentar a nuestros jóvenes, hijos, alumnos a Manolito es como presentarles a un viejo amigo de la infancia. Leerlo con ellos, reírlo con ellos, sufrirlo con ellos… y encontrar más hondura en sus monólogos que en los discursos «oficiales»… es un regalo que nuestros jóvenes nos agradecerán, seguro, con el tiempo.
Manolito, Mejor Manolo, es ya el representante de una generación de hijos de padres ahogados por las deudas, de alumnos de profesoras sobrepasadas, de amigos de barrio y, probablemente de aquellos que estudiamos la EGB. Pero se mueve con soltura en este siglo XXI de incertidumbres y grisuras. Y nos devuelve, con el gesto enfadado de un niño con gafas, el humor necesario para hacer de nuestra indignación un arma cargada de futuro.