Una madre ausente, un padre hundido y desbordado, un niño lúcido y tierno. Como piensa María -el vértice desnortado de esta historia- un rompecabezas sin explicar, un iceberg del que solo se intuye el extremo.
La historia de Guillem, un niño que quiere ser Mary Poppins (no ser como Mary Poppins sino SER Mary Poppins), un niño aparentemente feliz al que no le gusta el fútbol ni los empujones, amigo de Nazia una niña Pakistaní, con un padre trabajador y una imaginación portentosa. La historia de Guillem nos coloca despacio y sin forzar ante la crudeza del dolor y la clarividencia de los niños. Un hijo es una novela para hijos, padres, de cualquier edad, una novela que hay que leer…
- Porque todos los adultos fuimos niños pero pocos lo recuerdan (A. S-E). Y porque todos los adultos necesitamos que nos lo recuerden de vez en cuando. Que nos abran los ojos de niño y nos cierren la mirada adulta tan razonable y, a veces tan ciega.
- Porque el dolor es capaz de hacer brotar gestos llenos de magia, palabras que transforman la realidad, que no la niegan pero la iluminan.
- Porque es alentador -y gratificante, y esperanzador, y…- que la escuela se dibuje a veces como lo que puede (y debe ser): lugar seguro, escenario de sueños, espacio reparador.
- Porque todos tenemos nuestros héroes (de la infancia). Y son ellos los que nos sostienen. O su recuerdo. O la memoria de lo que provocaban en nosotros: la seguridad de que todo va a estar bien, de que todo puede cambiar -a mejor-.
- Porque es un libro que emociona. Porque nos arranca risas, sonrisas, lágrimas, suspiros. Y nos deja un nudo en la garganta, un regusto a ternura y dolor que nos conforta.