Un hijo es a veces un proyecto, a veces una proyección, a veces un propósito… Un hijo es, en cualquier caso, un regalo. Un presente y… Un futuro.
La literatura está llena de hijos… Abandonados, que se niegan a crecer como Peter Pan. Perdidos y desesperados -como los niños de El señor de las moscas-. Deseados. Inadaptados, muchos. Tiernos. Especiales. Amargados, frustrados.
La literatura (y el cine) está también llena de niños “especiales”. Desde Pippi Langstrum a August, pasando por los niños Banks o Christofer y su curioso incidente… la mirada de los niños ha servido siempre a escritores sin prejuicios para devolvernos los conflictos, la injusticia, la diferencia iluminados por la luz de la inocencia y falta de pudor. Los niños, como la vida misma, pasan del llanto a la risa, del drama a la comedia sin marcar límites ni establecer diferencias… La novela de Alejandro Palomas, también.
He de reconocer que no he leído aún nada más del “prometedor” autor catalán (imagino la sonrisa del autor al ser considerado “eternamente prometedor”). Las diversas menciones, premios y la repercusión de sus anteriores novelas me obligan (conmigo mismo) a seguir indagando en el universo creativo del padre literario de Guillem.
Porque solo la creación, el alumbramiento más bien, de Guillem merece la lectura de Un hijo. Un niño tierno, especial, pero lúcido, fuerte, determinado y determinante… con la fuerza de Billy Eliot y la magia de Mary Poppins. Un niño que sufre con el dolor de los adultos y sale adelante con la imaginación de la infancia. Un niño que -aún- confía en el poder de las palabras -de UNA palabra-. Lee el resto de esta entrada »