¿Qué decir cuando Luis A. de Cuenca o Antón Castro ya han glosado los temas, la trama, la materia y el alma de este “libro de libros”?
Acercarse y abrir las páginas de El infinito en un junco no es hacer una “lectura”. Es una experiencia de esas que transforman, que dan forma a las propias ideas atravesando prejuicios, ignorancia y clichés.
La Biblioteca de Alejandría, la Villa de los Papiros, las pasadizos de almacenaje de libros en el señorial Oxford, la orgullosa Atenas, las primeras librerías públicas… son los escenarios por los que discurre este inclasificable libro que a través de calzadas, trochas, desvíos, excursos, encrucijadas y márgenes… re-construye la historia del LIBRO en nuestra civilización.
Una historia del libro en el mundo antiguo reza parte del subtítulo de este híbrido: una historia del libro, de las bibliotecas, de la lectura y de la escritura, una historia de la educación y de la pedagogía, una historia de amor al cabo, de amor al libro, a la palabra, a la literatura y el conocimiento.
Y también un ejercicio de memoria. En el sentido etimológico más latino de la palabra: re-cordar (re-cordis), volver a pasar por el corazón: lo aprendido, lo vivido, lo reflexionado, con pausa y hondura y lo intuido, con lucidez y atrevimiento.
Anécdotas engarzadas con intuiciones hondas y reflexiones de largo alcance. Como en el título de uno de sus capítulos la autora se convierte en “tejedora de historias”, en artesana de las palabras y del relato, conectando lo antiguo y lo nuevo, revelando nuevas conexiones, estableciendo lazos, colocando espejos, provocando reflejos y luces, relámpagos y hogueras que ofrecen una nueva “lectura” de los acontecimientos. Su propia lectura del mundo marcada para siempre por un profundo conocimiento e inmersión (literal, casi física) en el mundo antiguo constituye el material esencial de este ensayo libérrimo, irreverente e irreductible (como los famosos galos).
La obra recoge una documentada investigación acerca de la aparición del libro en nuestra cultura, de su importancia, de sus vicisitudes, de sus avatares y vaivenes. También de su importancia, de su presencia y relevancia en los momentos determinantes de la Historia Universal, que es también nuestra historia.
Pero también contiene: hallazgos felices, filológicos y agudos como: “la tolerancia tiene conjugación irregular: yo me indigno, tú eres susceptible, él es dogmático…”; Curiosidades como quién y cómo inventó el bolígrafo, cuándo se apareció el género “gore” (mucho antes de lo que imaginamos), en qué personaje histórico se inspiró Indiana Jones, historias de “libros asesinos”… Historias deliciosas y una mirada tierna y crítica a un tiempo, como en la explicación acerca del cliché macilento y amargado de la bibliotecaria alentado por el cine y la literatura tantas veces. Un conocimiento enciclopédico, anecdótico y digresivo a veces, minucioso y científico en otros fragmentos… Un conocimiento que uno no se cansa de contemplar, sorprendido y estimulado, sintiendo como despierta la curiosidad, las ganas de saber, la necesidad de comprender que se ha ido adormeciendo desde la infancia.
Irene Vallejo, humilde y contundente, de lengua afilada y amable presta su voz a los poetas más reconocidos y más anónimos de la Antigüedad y de la historia de la literatura. Homero, Marcial, Joyce, Heródoto, Safo, Frankl, Tolstoi, Eco, Tito Livio, Goethe o Séneca… Sulpicia, Safo, María de Zayas, Dickinson y las “casi borradas”: Corina, Telesila, Mirtis, Praxila, Eumetis, Beo, Erina, Nóside, Mero, Ánite, Mosquina, Hédila, Filina, Melino, Cecilia Trebula, Julia Balbila, Damo Teosebia… Todas ellas se encarnan, se hacen carne, en las palabras de Irene que las recuerda, las sitúa, las ilumina, les devuelve el foco que nunca les debió ser apartado…
En definitiva El infinito en un junco no es una disertación o un monólogo sino una larga conversación… que uno desearía que no acabara nunca. Es más la historia íntima de lo infinito (la infinita curiosidad, el infinito misterio, las infinitas preguntas, el infinito amor por las palabras, la infinita capacidad de transformación de los libros…) que la de pergaminos, papiros, cálamos y juncos.