Un joven entra en una comisaría de madrugada para inculparse de un crimen. Eric tiene 20 años y ha triunfado como actor en la última serie de éxito. Todo amenaza con derrumbarse a su alrededor con esta decisión pero él permanece tranquilo. Mientras a su alrededor, su representante, la policía y una mediática abogada tratan de ordenar y dar sentido a los acontecimientos en su interior Eric nos va contando (se va contando) su versión. Los momentos, las razones, las casualidades, los hechos que le han llevado hasta esta madrugada en la que su vida parece acabarse. O tal vez, recomenzar.
Eric es un joven trans. También ha sido y es un niño (joven ahora) con altas capacidades. Su biografía, sus recuerdos, las ausencias y las heridas, las decisiones y sus consecuencias han estado inevitablemente unidas a quien es.
Y sin embargo, esta no es una novela sobre la identidad. O mejor no lo es sobre el tópico, el cliché, la reducción de las personas trans a su “proceso de cambio”: el morbo y la compasión paternalista a partes iguales, la tolerancia (cómo si hubiera algo que tolerar). No es una novela para “explicar” nada, ni para “justificar” nada.
Más bien es una novela sobre la necesidad de “poner nombre” de “ponerse nombre”. La fuerza de las palabras, su poder transformador, conformador de la realidad. La necesidad de encontrar “el verdadero nombre de las cosas”, esfuerzo que no cambia la realidad pero sí la hace asumible, abarcable, asimilable.
De toda historia hay diferentes versiones. La realidad es caleidoscópica y la mirada que la observa transforma lo ocurrido, lo vivido, lo sentido. Por eso en esta novela los personajes viven su propia evolución, la aceptación (o no) de su pasado, el dolor, el rencor, el miedo… de maneras diferentes. Cada una, única e intransferible. Como todo lo auténtico.
Los personajes de Nando son siempre auténticos: personajes “encarnados”. Son algo (mucho) más que una construcción necesaria para el relato. Son seres autónomos que van dando forma a su propia voz a la largo de novela. Personajes inspirados, habitados, por historias reales en las que el dolor y la luz, la euforia y la pasión, la irrefrenable, la arrolladora fuerza de la vida se impone siempre, con honestidad, sin trampas.
La novela es un thriller. Un thriller juvenil intimista (la denominación es del propio Nando). Y por eso nos atrapa, nos lleva y nos trae, nos envuelve en un vertiginoso recorrido que incluye (más bien se constituye de) saltos al pasado necesarios porque el pasado nos explica, nos construye, nos hace ser lo que somos. La narración mantiene en todo momento la tensión necesaria. Es rápida e intensa. Se acelera por momentos mientras mantiene ocultas algunas claves necesarias para entender lo ocurrido. Juega con el tiempo. Un tiempo que se alarga en la espera de una sala de espera en comisaría, que se precipita en el instante justo de un accidente, un arrebato, un impulso. Y además encara otros temas como el éxito, el triunfo y el fracaso. La banalidad de las relaciones y su hondura. La necesidad de afecto. El sentido de amistad. La aceptación y el rechazo. La diferencia y el acoso. La venganza. No elude siquiera (porque forma parte de la trama y porque forma parte de la realidad adolescente) la sensación de vacío, el sinsentido de la vida, el impulso de dejarse ir y quitarse la vida. Todo ello contado desde las entrañas. A frases cortas y contundentes. Erráticas a veces. Sinceras siempre. Todo ello contado desde la mirada de un joven que trata de hacer lo correcto, de asumir sus actos, su pasado y, sobre todo, de encajar cada pieza y seguir viviendo.