Pepe Trivez

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Biografía de un cuerpo. De Mónica Rodríguez. Premio Gran Angular 2018

In ¿POR QUÉ LEER...?, LIJ, RECOMENDACIÓN LIJ on abril 18, 2018 at 4:45 pm

Un joven se mira desnudo en el espejo. El vaho y el calor se mezclan con la confusión, el asombro, la turbación de ser adolescente. La perplejidad ser, de crecer, de domesticar a un cuerpo y a un alma que crecen asilvestradas, a empujones, con la fuerza irreverente de la vida.

Una novela que comienza así: desnuda, descarnada, encarnada, honesta… solo puede ofrecer eso: una historia que se atraviesa en la memoria de quien un día fue joven y golpea el estómago, las vísceras, el corazón de quien como el protagonista se enfrenta a la tiranía del tiempo, de la carne, del cuerpo.

Un joven bailarín con las piernas «demasiado duras». Una leyenda de la danza que cayó en el pozo de la locura (un adolescente y Nijinsky). Un padre exigente y apasionado, admirador y juez de su propio hijo… Una madre firme y tierna, preocupada, esperando, confiando. El paralelismo entre la historia del muchacho y la del famoso bailarín polaco nos enfrenta al dilema, al conflicto padre-hijo, a los rencores, las heridas, las esperanzas depositadas, las decepciones, el miedo, el abandono. Con un fondo kafkiano que nos abre las las carnes como la mítica carta pero que nos muestra también el rostro frágil, atormentado, herido del padre. Esa relación con el padre, el enfrentamiento, es sin duda uno de los ejes de la novela. Pero también la relación entre iguales, el descubrimiento -siempre íntimo, siempre terrible- del amor, y del sexo. El egoísmo propio y el ajeno.

Biografía de un Cuerpo es un diario de sensaciones. Una hoja de ruta para la adolescencia, para la entrada en la vida adulta, para el tránsito. No hay capítulos. Una sucesión de secuencias ininterrumpida. El paso del tiempo es una superposición de emociones, de rabia, de temor, de pasiones y dudas.

Y las palabras son acero, bálsamo, orfebrería y sillares. El lenguaje de la novela es delicado y directo, elaborado y hondo. Un lenguaje contundente: «La vida es una puta mierda».  Un lenguaje que atraviesa la coraza del joven lector (y del adulto) y le araña el alma. Un lenguaje lleno de ritmo y colores, matices: «No sé quién es pero su nombre es musical, suena como una cascada, como un tintineo. Es un nombre de violín, amarillo, rabioso. Titiritero. Nijinsky».

La adolescencia es en esta novela… «una pincelada impresionista». El cuerpo. El hastío. La soledad. El milagro. El desconcierto. A estas líneas les falta ligereza, les sobra INTENSIDAD. Como a un adolescente. Uno se siente así. Con la zozobra, la vergüenza, la rabia, la torpeza, la pasión y la sinrazón de quien vive en conflicto con su propio cuerpo, que es su propio yo.

La vida difusa, confusa, profusamente contada… Cada detalle, cada tirón, cada gesto, cada gota de sudor recorriendo la espalda. El dolor (físico y emocional)… El adolescente frente a todo y frente a todos: Frente a la profe que le dice «puedes hacerlo mejor». Frente al padre cuya sonrisa tanto le gustaba de niño y tanto le irrita ahora. Frente al mundo de los adultos, frente al mundo… «estoy harto de someterme siempre. El cuerpo, los adultos.»

Y la esencia de lo que uno es… «hay algo que es solo mío, que soy yo, un puñado de gestos, esa mirada torva, tímida, confusa…»

El personaje de Nijinsky, perturbador, una historia con dos versiones. O más. Mucho dolor.

Y al final una novela que se lee con «…un ligero temblor que demostraba la tensión interna…» Con la sensación de ser un adolescente que trata de vivir que «trata de saltar y no despega del suelo». Como en una pesadilla. Y la poesía. Y el silencio de una madre que deja en la mesa mensajes de ternura, de confianza ciega, de fe.

 

POR QUÉ LEER «El hotel» de Mónica Rodríguez

In ¿POR QUÉ LEER...?, RECOMENDACIÓN LIJ on enero 24, 2018 at 11:38 am

¡Qué ganas tenía de publicar esta «invitación a la lectura»! Razones para leer a Mónica Rodríguez hay muchas. Pero quiero destacar una: LITERATURA. Así escrito, con mayúsculas. Su mirada sobre el mundo es original, delicada, afilada, socarrona, tierna… y única. Su mirada sobre la niñez es diferente. Si queremos que nuestros hijos/as, alumnos/as sientan la literatura como una puerta, como una ventana, como una confidente, como una compañera… las novelas de Mónica son un buen camino. Y El hotel un buen lugar para descubrirlo.

“De pequeña viví en un hotel. Fue cuando murió mi padre. Mi madre hizo las maletas y nos subimos a un tren”. Así comienza “El hotel”. Unos niños y una madre se refugian del dolor de la pérdida en el viejo hotel familiar del abuelo Aquilino. Servando, Jacinta, Amalia, Rosa, Manolo, Azucena, Violeta, Florencia, Juanita… Y el perro Nicanor. Son los del hotel. Un puñado de parientes y un pequeño grupo de “clientes fijos”: una viuda que (sueña que) viaja en crucero, un notario, un forense y una pareja de Canadá.

Un lugar lleno de locura y de ternura que se verá alterado por la llegada del Señor X, un inspector con mal genio y la posibilidad de cerrar el hotel.

El hotel es una algarabía, una astracanada, un despilfarro de risas, cantos, lágrimas y alegría. Una historia de trenes, de barcos, de viajes y engaños… que hay que leer…

  • Porque su autora tiene la mirada aguda del niño que sufre, que siente, que observa, que espera y que sueña; la mirada herida de quien no esconde el dolor de la ausencia. Porque los niños de Mónica Rodríguez recuerdan a los de Ana María Matute: solitarios, encarnados, como una chaqueta roja en un una foto en blanco y negro.
  • Porque más que una novela es una obra de teatro, una mascarada, un baile alegre de disfraces donde nada es lo que parece y uno acaba siendo lo que quiere ser. Porque los personajes son “tipos” que no esterotipos… reconocibles y originales: únicos.
  • Porque a pesar del amor, a pesar del humor –y ambos están muy presentes en la novela- la poesía se derrama en cada gesto, en cada historia de las que forman tesela a tesela este mosaico de vidas, emociones, sueños, frustraciones, angustia y miedos. Todo al calor del hogar, todo alrededor de una mesa.

Publicado en Heraldo Escolar el 24 de enero de 2018

 

POR QUÉ LEER «Alma y la isla» de Mónica Rodríguez

In ¿POR QUÉ LEER...?, LIJ, RECOMENDACIÓN LIJ on abril 14, 2016 at 9:12 am

12963587_10154192270706392_6489878069769394484_nEl último premio Anaya de literatura infantil y juvenil nos ha traído un cuento necesario, una historia dura envuelta en ternura, un relato varado en la arena de la playa, como los cuerpos que el mar devuelve hinchados, negros, muertos.

Mónica Rodríguez es una escritora sensible, no sensiblera, ni sensacionalista… SENSIBLE. Sus palabras se pueden tocar, oler, saborear… y dejan impreso en el alma un rastro de inquietud, ternura, desasosiego y calma. Sus cuentos podrían ser poemas. Sus relatos se recitan solos al abrir las páginas. Pero contienen el dolor, la amargura, el lamento, la conciencia. Y por eso son grandes.

Alma y la isla es una historia nacida de la mirada. De la mirada de una niña venida de lejos, perdida, sin hogar, sin familia, sin historia, sin pasado. De la mirada de un niño encerrado en su isla, pequeño, sencillo, feliz… Rodeado de mar y de historias. De la mirada de una autora consciente, atenta, lúcida y poética.

Un cuento editado con cuidado, acompañado de ilustraciones que iluminan, dan brillo, color, chispa… a un cuento que hay que leer…

  • Porque es de justicia. Porque hay que abrir los ojos. Mirar y dejarse mirar. Porque la LIJ tiene una palabra, una mirada que ofrecer al mundo (o muchas). Sin complejos. Sin pretensiones. Con humildad y honestidad. Para decir a los niños, a los padres que lo pierden todo… «os vemos». Y a los niños, a los padres que lo tienen todo… «mirad, no volváis los ojos».
  • Porque es necesaria. La ternura, la poesía, la literatura, las historias. Porque, hoy más que nunca, no podemos sobrevivir sin una mano amiga que acaricie la realidad más dolorosa, que sea bálsamo y abrazo.
  • Porque la magia nos permite entender la realidad. Porque todos tenemos un amuleto bajo la almohada que abre la puerta a lo más hondo, a lo importante.
  • Porque es un relato-poema. Porque las palabras suenan, brillan, saltan y nos mojan los pies como la marea al aterdecer.
  • Porque es un álbum ilustrado escondido en el formato de una novela infantil. Porque las ilustraciones de Ester García perfilan la historia, la intensifican, la llenan de brillo, de matices, de sueños. Colores limpios, puros, sin sombras, sin doblez.
  • Porque tiene «Alma». Porque la piel sucia de sudor, de trabajo, de miedo, de distancia… está habitada por el espíritu de una niña oscura como la noche, clara como las fuentes.

Alma y la isla. Mónica Rodríguez.

In LIJ, RECOMENDACIÓN LIJ on abril 14, 2016 at 8:34 am

alma y la isla«Era muy negra. Solo se le veían los ojos blancos y asustados y los bucles cayéndoles por las mejillas. (…) Nadie sabía su nombre, pero mi padre dijo que se llamaba Alma».

Esta es la historia de dos niños: Alma y Otto. La historia de dos niños y una isla. Vivir en una isla transforma la mirada, la historia, los sentidos, el horizonte. Vivir en una isla significa vivir a-isla-dos, al margen, protegidos, alejados, marcados sin poder evitarlo por el círculo de MAR que la define. «Toda la isla respiraba al ritmo del azul».

Esta es la historia de una niña que llegó de lejos, de una cultura diferente, de un lugar diferente, de un color diferente… y transformó la vida de una isla pequeña y tranquila, y transformó la vida de Otto un niño feliz, pequeño y tranquilo.

Este cuento largo y lento, como los que cuentan las mujeres en la plaza bajo la luz anaranjada del atardecer, podría ser un cliché, un relato sensiblero o hasta propaganda. Pero es una historia. Un relato que encierra realidades dolorosas, miedo, desesperación. pero también esperanza, ternura, complicidad… y dos vidas. Dos vidas unidas por un hilo (invisible o no) de magia y curiosidad, de amistad.

La vida de Alma parece empezar en la primera página de una novela. La vida de Alma es sólo oscuridad y olvido antes de la isla. La vida de Alma es la de tantos niños sin pasado, una vida «pendiente de un hilo».

Los habitantes de la isla vivían apacible, felizmente, sin demasiadas esperanzas ni miedos hasta que los cuerpos llegaron a la playa. Cuerpos negros, hinchados, muertos. El silencio «a gritos» de los ahogados. La paz se perdió; la calma, el tedio se quebraron. «Pero era la vida, y a la vida uno acaba acostumbrándose, como dice mi padre».

La vida de los refugiados, de los migrantes, de los sin patria. Y la vida de los que con el corazón en una mano y una manta en la otra abren sus puertas, sus casas, su isla al otro. Lee el resto de esta entrada »

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