
La guerra como telón de fondo. La guerra como escenario en el que se desarrollan inevitablemente la vida de unos personajes que tratan de reconstruirse en medio del dolor, la pérdida, la ausencia y la falta de raíces.
Magdalena y Mauricio. Mauricio y Magdalena. Una historia de amor. Dos guerras. Dos barcos de ida, uno de vuelta. Dos jóvenes de dos “mundos” diferentes que se encuentran en la peor de las circunstancias y construyen juntos una historia de amor que atraviesa los años más convulsos del siglo XX.
En estos tiempos en que la desmemoria y la posverdad amenazan con el olvido y la tergiversación de los acontecimientos (a veces terribles) que han conformado nuestra historia y también nos han hecho ser lo que somos… una historia de amor inocente, romántica, “adolescente” y pura… se convierte en el mejor de los hilos conductores para re-cordar (volver a traer al corazón) el dolor y las esperanzas frustradas de varias generaciones, los sueños rotos y la resiliencia de unos niños (los niños de la guerra) que crecieron construyendo el futuro desde su propio pasado.
Dos de aquellos niños de la guerra se encuentran en un barco que huye del horror hacia el “paraíso soviético”. Un puñado de maestros acompañan a un millar de niños en su viaje al otro lado del mundo. Y mientras sea alejan, algunos para siempre, las almas y los cuerpos de dos jóvenes se encuentran y se atreven a soñar con un futuro (para sí y para el mundo) mejor. Una nueva guerra trunca sus esperanzas y veinte años después Magdalena vuelve a su tierra (¿hay alguna tierra que sea suya para el emigrante, el exiliado?) y se ve envuelta en una trama de espías, secretos y aventura que no alcanza a rozarla.
En la novela se dibujan dos Españas. Aquella que llamó el “oro de Rusia” o el “oro de España” a sus niños expatriados para apartarlos de una guerra cruel y sin reglas. Y aquella otra gris, llena de humo y pensiones tristes y silenciosas. Como en las mejores novelas realistas de aquella época… la descripción de la vida que pasaba lenta y pesada sobre unos ciudadanos que se movían entre la ilusión de libertad y la losa de silencio y culpa. El ambiente envuelve la navegación que atraviesa Europa y la propia tierra que se siente tantas veces extraña.
Ana Alcolea hace que en esta novela el amor, la bondad, el altruismo y la fe (en la vida, en el ser humano, en el progreso) se eleven por encima de las circunstancias retratadas sin filtros, crudamente, sin bandos ni equidistancias. El amor, los sentimientos, los valores que “arman” a los jóvenes protagonistas de esta historia se imponen sobre la miseria, las estrategias, las luchas de poder, las venganzas personales, el resentimiento, el odio.
Y no porque todo “salga bien”. Ni porque al final triunfe el bien. Tendréis que leer la novela para llegar al desenlace. Pero no es esta una comedia romántica sino una tragedia luminosa. Una tragedia que no esconde el brillo de las estrellas ni el poder evocador en un mar que se nos regala, inmenso, universal, extraordinario y cotidiano. Un mar que es principio y final, huída y retorno. Un mar que trae el viento poderoso que mece el rostro de la persona amada. Un mar que no evita que Cielo y Tierra se oscurezcan ante el horror. Un mar que se nos regala como ofrenda de amor.











