Un libro sobre la muerte. Otro más. Un libro para niños sobre la muerte. Otro más. O tal vez no.
En medio de las delicadas y dedicadas aguas de la polémica, los libros que tratan temas tabú para niños… ya no son tabú. Líricos, icónicos, tiernos (incluso cursis), terapeúticos, pedagógicos (a veces demasiado o demasiado torpemente), literarios o literales (no tanto, de verdad)… El sexo, el mal, el dolor, la muerte… aparecen en álbumes ilustrados con más o menos acierto (supongo que también depende de los ojos que los miran y los leen).
Este no es un libro más sobre la muerte. Y este no es solo un libro para niños.
¿Duermen los peces? es la pregunta que una niña Jette le arroja a su padre a la cara, como quien lanza un reproche, un guante, una decepción o una derrota. ¿Duermen los peces? es una pregunta que encierra una cruda certeza. Los adultos, los seres humanos, los padres (que no siempre son sinónimos) NO LO SABEN TODO, no lo pueden todo, no tienen respuestas para muchas cosas, sobre todo para las importantes:
“-Papá, ¿también los peces duermen?»
(…) tampoco sabía si las lagartijas cogen la gripe, o por qué el sol es caliente, o por qué al tío Jonás le crecen pelos en las orejas, pero no en la cabeza. Papá no sabe muchas cosas…”
Emil ha muerto. Un niño. El hermano pequeño ha muerto. Ya no estará más y la conciencia de su propio dolor, de su propia rabia, de la incomprensión y la tristeza harán que Jette recuerde, añore, se pregunte, se lamente, y finalmente… llore.
Concebida originalmente como una obra de teatro el texto tiene aires de monólogo, de lamento, de quebranto. Pero también respira sencillez, autenticidad, belleza sin adornos. Cuando mueres te entierran… así sin más. Y te comen los gusanos (así habla el padre de Jette y Emil, sin consuelo, sin contemplaciones). Pero también podemos decir que …cuando mueres te crecen flores en la barriga.
Las nubes negras son metáfora y símbolo (aunque haya quien crea que la LIJ no usa de metáforas). Metáfora infinita, con capas y capas de significado que la niña Jette no pretende desentrañar. Las nubes negras como todas las metáforas de los niños son necesarias y radicalmente libres. Son porque tienen que ser. Y son lo que tienen que ser. Aunque no sepamos explicarlo. Como tantas cosas:
“¿Pero por qué no se mueren las personas en los cuentos?”
La muerte sin poemas, la muerte prosaica, la muerte pragmática que alcanza a todo lo que está vivo. Así sin más:
“-Por eso nos morimos, también. Para hacerles lugar a las personas nuevas.
-Odio a las personas nuevas”.
Y el dolor. El de los adultos que lloran, que callan. El de los niños que se preguntan cómo serán las cosas después del dolor
“Cuando nos subimos al coche para ir a casa seguía lloviendo. Y mamá volvió a llorar, y papá volvió a callar. Yo (…) me pregunté cómo serían ahora las cosas”.
Las nubes son símbolo, metáfora abierta en canal. Por eso al final las nubes negras se van aclarando poco a poco hasta llegar a ser blancas… O no.
“Mis nubes poco a poco vuelven a ser más claras. Cada semana un poco más. ¿Será que algún día van a volver a ser blancas?
Ni idea. Hay que esperar. Pero a lo mejor tampoco tienen por qué serlo.”